Viaje en el tiempo al esplendor del barrio El Prado, en Barranquilla
La investigadora barranquillera Diana Meyer Vengoechea creció corriendo por las calles del emblemático barrio El Prado de Barranquilla, en donde vivió su familia materna.
Allí también vivían, entre otros, sus tíos abuelos Emiliano Vengoechea, uno de creadores de la famosa danza de ‘El Garabato’, y Pedro, fundador de la danza de ‘El Torito’, del Carnaval.
Por eso, siempre que Meyer camina por lo que queda hoy de este elegante vecindario, una extraña nostalgia la invade. Una de sus paradas obligadas durante el paseo es en el Museo Romántico, donde su director, el historiador Alfredo de la Espriella, maravilló a Meyer con las anécdotas de la Barraquilla de los años 20.
Así fue como la escritora comenzó a reunir la información histórica de su barrio hasta completar un archivo importante que luego dio pie para la creación del libro de gran formato ‘Barrio El Prado, un viaje hacia el pasado’, que realizó con su socio Enrique Yidi Daccarett.
El camino para hacer realidad este hermoso proyecto editorial no fue fácil. Meyer recuerda que cuando se dio cuenta del valioso acervo histórico del barrio, no contaba con los recursos económicos suficientes para editarlo.
“Entonces, cuando nace la magia del Facebook, empecé a sacar todo lo que tenía guardado, con las historias y fotos, y armé videos que la gente empezó a compartir”, comenta.
Agrega que su amigo Enrique Yidi –coautor del libro– comenzó a entusiasmarse con todo lo que ella publicaba. “Y un día me dijo que quería comprar mi libro”, anota con humor Meyer.
Fue así como este par de ‘guardianes’ de la memoria de El Prado decidieron asociarse para sacar adelante el proyecto editorial. “Nos hemos pegado la ‘encarretada’ del siglo durante tres o cuatro años. Se unieron el archivo de él, el mío y la pasión por el tema”, dice la autora.Varias de las fotos y postales del libro, incluso, las consiguieron en subastas a coleccionistas a través de internet.
Finca de aire fresco
Los antecedentes de este tradicional vecindario se remontan a los principios del siglo XX, cuando Benjamín T. Senior y José Fuenmayor Reyes adquieren unos predios con la idea de montar una finca ganadera. A este terreno le pusieron El Prado.
Cuatro años más tarde, Senior y Fuenmayor venden la propiedad a Manuel J. de la Rosa, quien la reformó para convertirla en un predio para la explotación de cal y piedra para la construcción.
Cuentan los autores del libro que a mediados de 1918 De la Rosa conoce a Karl Calvin Parrish, un estadounidense que se da cuenta del potencial que tienen estos terrenos para desarrollar “un barrio de residencias escogidas, con amplios jardines y comodidades modernas”. De esta manera nace la Urbanizadora El Prado.
La idea llega en uno de los momentos de mayor esplendor de Barranquilla en términos industriales y comerciales, con un crecimiento económico importante.
“En ese momento, Barranquilla estaba dividida en tres barrios: barrio Arriba (del río), barrio Centro y barrio Abajo (del río), por lo que algunos miembros de la clase emergente de la ciudad empezaron a pensar en construir una nueva urbanización, inspirada en los modelos europeos y americanos para familias acomodadas que pudieran costearlas”, comentan los autores.
Sin duda, una de las características que llamó la atención para dar vida a este proyecto, fue su posición privilegiada.
“El terreno era la parte más alta y fresca de Barranquilla, en donde se sentía la brisa del mar y del río. De hecho, la forma de herradura del hotel de El Prado tiene una posición especial por los vientos, que ventilaban toda la edificación”, sigue Meyer.
Incluso, en 1916 el Gobierno Nacional alcanzó a poner sus ojos sobre estos predios, para instalar una de sus bases militares.
Su hermosa explanada también sirvió de pista de aterrizaje el 29 de diciembre de 1912, cuando un aviador estadounidense, de nombre mr. Smith, aterrizó un biplano. “Y en 1919, el intrépido aviador Knox Martin nos deleitó con sus acrobacias, utilizando como campo de aterrizaje el terreno en el que está hoy en el parque Once de Noviembre y en El Prado”, anotan los autores.
Símbolo de modernidad
Pero si desde el punto de vista estético el barrio El Prado se convirtió en un referente para el desarrollo de otros barrios tradicionales en el resto de ciudades del país, uno de los elementos más novedosos de este proyecto fue insertar a Barranquilla en la modernidad.
Así lo explica en el libro el historiador Gustavo Bell, al destacar cómo esta urbanización solucionó la crisis de vivienda en la ciudad y que planteó nuevas reglas de desarrollo urbano para el concepto del barrio moderno.
Bell destaca, además de su ubicación, con una altura promedio de 51 metros sobre el nivel del mar, el cuidadoso trazado de las manzanas, orientadas de manera perpendicular a los vientos alisios, “por lo que la sensación de confort térmico mejoró en forma significativa”.
Además el estudioso enumera las cuatro características más novedosas que implantó la urbanizadora:
“1) Generaba una división funcional de la ciudad dejando los comercios y trasladando del centro de la misma a un barrio periférico la residencia de muchos comerciantes y empresarios, que habían logrado acumular riqueza con la dinámica comercial de Barranquilla.
2) Imponía un conjunto de normas urbanas de comportamiento social a sus compradores.
3) Los lotes eran entregados con servicios públicos instalados y calles asfaltadas.
4) La trama urbana de la urbanización contemplaba áreas libres para parques, bulevares, zona municipal, retiros laterales y de fondo, andenes, antejardines y vías anchas para el automóvil, ampliando el espacio urbano y disminuyendo la densidad de vivienda por hectárea”, explica Bell Lemus.
Como dato curioso, el numeral quinto, de los doce contenidos en los ‘Reglamentos generales de construcción’, decía: “No se permite casa techada con paja en ninguna parte ni construcciones de bahareque, adobe crudo o madera”.
Diversidad de estilos
Diana Meyer anota que con este aire de renovación urbana llegaron las propuestas vanguardistas arquitectónicas. “Como eran muchas las colonias extranjeras que poblaron la ciudad (alemanes, franceses, estadounidenses, italianos, judíos, árabes), los que tenían modos traían las ideas de construir sus casas al estilo árabe o francés. Importaban desde los materiales, como maderas y pisos, hasta la decoración”.
La investigadora destaca que en la calle 8.ª, entre avenidas Colombia y Bulevar Sur, se encontraba la mansión de la familia Afflack Moradian, denominada La Perla, que fue una réplica de la casa de recreo del famoso cineasta Charles Chaplin.
La posición privilegiada de puerto, permitió, así mismo, que llegaran todas las corrientes modernas de decoración como el ‘art nouveau’, el déco o las influencias árabes que se apreciaban en mobiliarios, lámparas, ventanas y pisos.
“Entonces, el señor Parrish empieza a pensar que el barrio necesita un club, y nace el Country Club. Y con él la necesidad de iglesias, clínica, teatro y un hotel, pues mucha gente se tenía que quedar en pensiones en el centro de la ciudad”, anota Meyer.
Es así como hacia 1926 se inician los trabajos de construcción de una de las joyas más preciadas de este barrio: el hotel El Prado, patrimonio arquitectónico de la ciudad por su belleza e imponencia arquitectónica.
“Al año de construido el hotel, llega la crisis económica de 1930. Entonces, a Juanito Obregón, el primer gerente, se le ocurre el formato de pensión, cobrando comidas incluidas a los huéspedes, para no tener que cerrarlo. Así logra sobrevivir durante la crisis”, cuenta Meyer.
Uno de los apartados más curiosos e interesantes al final del libro es la relación de construcciones y familias que adquirieron terrenos en El Prado, que dan cuenta del esplendor de una época dorada de la capital atlanticense y de su desarrollo industrial.
Los primeros clientes de la urbanización fueron Ernesto Cortissoz, pionero de la aviación comercial en el país, y el próspero comerciante Paul Grosser, cónsul de Alemania.
Detrás de ellos erigieron sus casas familias ilustres como las de los industriales y comerciantes Generoso Mancini, Julio Mario Santo Domingo, Roberto de Mares, Rodolfo Eckardt, Alberto Roncallo, José Fuenmayor Reyes, José Cure y Elías Muvdi, entre otras.
“Luego de crearse la urbanizadora, nace Parrish y compañía, que se dedica a construir otros barrios aledaños, como Bella Vista y Santa Ana”, anota la autora.
La publicación es una pieza de colección para los arquitectos y amantes de la historia de los barrios que dejaron huella en el país, en especial por el valor de las fotografías, que recuperan edificaciones que ya no existen.
Además, es un testimonio de memoria histórica de un barrio que se acerca a su primer centenario.